¿Cuántas etiquetas necesitas?
Existe desde hace tiempo y en según qué colectivos más o menos vivos, más o menos abiertos, la necesidad imperiosa de etiquetarse, de clasificarse en una categoría, lo más específica posible, que indique claramente cuáles son mis valores, principios, gustos o deseos.
El ser humano en general, se siente mucho más cómodo bajo una etiqueta: estar etiquetadx permite a lxs demás saber exactamente lo que pueden esperar de mí y eso hace mucho más fácil que me relacione con gente que se sienta cómoda con esa etiqueta que llevo puesta. Por supuesto, a mí me evita justo lo mismo: que se acerquen a mí personas que no comulgan con mi etiqueta, que no comparten mis valores, mis principios o lo que sea que he utilizado para etiquetarme.
Si etiquetar es clasificar a alguien o algo, ¿cuántas etiquetas puede ponerse una persona sin llegar a marearse? Tenemos las creencias religiosas/espirituales o la falta de ellas, la orientación sexual, las ideas políticas, la clase social, los estudios, el poderío económico, todas ellas externas en principio, si comenzamos a hablar de las internas, podemos enloquecer: lo buena/mala persona que eres, si eres estudiosx, tu desempeño laboral, la práctica de deporte, lo que comes, cómo educas...y otras mil más que seguro me estoy dejando.
Etiquetarse da una sensación de colectividad, de pertenencia a un grupo más o menos amplio con el que tenemos intereses en común, que nos puede servir de referencia, etc. Pero, lo que de verdad me importa es ¿hasta dónde permites que tus etiquetas te limiten? Cuando las etiquetas que me pongo o permito que me pongan son límites que no me atrevo a sobrepasar porque no creo que pueda hacerlo, esas suelen ser etiquetas de las que no estamos orgullosxs, que puede que prefiramos obviar y de las que no solemos hacer ostentación.
Muchas de estas etiquetas, nos acompañan desde nuestra más tierna infancia y nos limitan, vaya que sí lo hacen, hasta que somos capaces de darnos cuenta de que sólo son eso, etiquetas, que podemos elegir eliminarlas de nuestra persona, crear otras, o no llevar ninguna más que las que decidimos que nos gustan.

Eres torpe, esto no puedes hacerlo, las matemáticas no son lo tuyo, tu no sabes cantar, los deportes se te dan fatal, no vas ha...no podrás...no sabrás...no eres capaz...no vales...
Estas etiquetas, grabadas a fuego en nuestro Yo más profundo, más antiguo, estas son las etiquetas que realmente no necesitamos, las que nos hacen más daño, y también las que tenemos más claro que no podemos cambiar.
Justo ahí es donde cometemos el más grave error: pensar que estas etiquetas no son tales, sino que son parte de nuestra personalidad y que no podemos cambiarlas porque son las cosas que hacen que seamos quienes somos, que sintamos lo que sentimos. Absolutamente cierto, estas etiquetas hacen que sintamos lo que sentimos, especialmente hacia nosotrxs mismxs: son las que marcan nuestra autoestima, la autopercepción que generamos en la infancia y que nos acompaña año tras año.
Hasta que nos hartamos y decidimos cambiar. Porque, lo bueno que tienen las etiquetas, es justo eso, que no son permanentes si elegimos quitárnoslas, puede que nos cueste retirar todo el adhesivo, especialmente en las que llevamos hace mucho, pero con trabajo y paciencia, todo se consigue.
El primer paso, el paso fundamental es, como casi siempre, darse cuenta de que puedo ser otras muchas cosas además de las que me dijeron que soy, que yo decido, elijo y hago aquello que quiero, deseo o me gusta.
El segundo paso, es comenzar a hacerlo. Quizás necesites reconocer que tú solx no puedes cambiar esto, que está arraigado en tu interior más profundo y que no sabes ni por dónde comenzar, plantéate buscar la ayuda, el apoyo necesario para generar los cambios que deseas.
Para dar este segundo paso es una de las cosas para las que el Coaching es una poderosa herramienta, si quieres descubrir cómo hacerlo, ya sabes dónde encontrarme.
No pierdas más tiempo.